El rió silencioso

Hoy he despertado un nuevo día, escucho el susurro del viento, de los árboles, el canto de algún pájaro, y me despierto lentamente, dosificando la luz en mis ojos de manera lenta y pausada, igual que la respiración.

Tras unos minutos de quietud, decido mirar por la ventana, y observo la grandeza y belleza del universo, del cosmos, de nuestra madre Tierra.

Todo es uno.

Así pues, decido salir y caminar descalzo, junto a nuestra madre Tierra, sintiendo su pulso, su energía, su ciclo vital.

Mientras camino, respiro profundamente y sonrió por poder contemplar tanta belleza, por poder sentirla y compartirla.

Observo cada detalle del cielo, de los árboles de hojas blancas, observo mis propias manos, que son al fin al cabo, parte de la creación, mientras que ellas a su vez, crean y se dejan crear.


La senda es hermosa pero con dificultades, es importante sentir todo, y comprender todo mientras vamos caminando por ella.

Al final y tras mucho pasear, decido acercarme al rió silencioso, ese rió que visité en otras ocasiones y que tantas cosas me enseñó.

Me acerco a su orilla, y tras sentarme, escucho su silencio, porque este rió no pronuncia palabras, no emite sonidos, no intenta llamar la atención, porque el quiere que la atención esté en ti mismo, dentro de ti, de mi.

Por eso me gusta “escucharle”, mientras me observo en el, intento ver mi reflejo y solo veo luz, una bola de luz.

Sonrió y me sereno, al comprender que soy y para que soy. Medito junto a el, aprendo junto a el.

Es hora de marchar, hay otra oportunidad.